Palabras de Héctor Ñaupari con ocasión de la presentación del libro La luz del camino de Porfirio Mamani Macedo
Casa de la Literatura, 13 de agosto de 2010
El sur del Perú es una tierra fecunda en poetas. Me atrevo a decir que su genialidad ha sido determinante en la historia cultural del Perú. En esa senda encontramos a Gabino Pacheco Zegarra, Gamaliel Churata, Luis de Rodrigo, Alejandro Peralta, Dante Nava, Emilio Armaza, Emilio Vásquez, Oscar Aramayo y, por supuesto, mi preferido, el brujo de metáforas, Carlos Oquendo de Amat.
Junto a este parnaso de tierras agrestes, heladas y espléndidas en su intensidad, de soles secos y penumbras, aparece la obra sostenida y madura de Porfirio Mamani Macedo. Su último libro, que comentamos, La luz del camino, confirma su extraordinaria valía literaria. Para este escriba, la poesía de Porfirio Mamani es un ejemplo de belleza poética, que además nos puede conmover en su profunda reflexión o reconfortarnos en su devota religiosidad.
En efecto, La luz en el camino se instala sin ambages, como el verano en marzo, en la poesía mística y religiosa. Si bien para Dámaso Alonso, el gran poeta español de la generación del 27, toda poesía es religiosa, lo constitutivo de la religiosidad en la poesía de Porfirio Mamani no son los signos externos, sino el diálogo que desafía al lector, en sus oraciones – poemas. De este modo La luz en el camino es fiel a la esencia de lo religioso en poesía: la relación.
En efecto, si nos atenemos a lo que señalan los estudios de esta poética, lo religioso en poesía, en un sentido amplio, es aquella manifestación poética en la que se establece una relación con la divinidad. Lo religioso, en sentido estricto, es la relación del poeta con el Dios cristiano manifestada en cauces poéticos.
Profundicemos en este tema. Diversos estudiosos señalan que la poesía mística se diferencia de la poesía devota en el modo de relacionarse con Dios. En resumen, ellos nos dicen que los versos religiosos hablan acerca de Dios; en cambio, los versos místicos hablan con Dios: el místico escucha en su alma a Dios, por tanto, la poesía mística es el fruto de la materialización de esta voz.
Es así como, la excelencia de esta poesía consiste en darnos un vago sabor de lo infinito, aun cuando lo envuelve en formas y alegorías terrestres. Más aún, en ella encontramos la belleza infinita que se revela, pues Dios solo comunica ciertos visos entre–oscuros de su divina hermosura, que hacen codiciar y desfallecer al alma con el deseo de lo restante.
Mamani Macedo es lo mismo místico que religioso. En perfecta síntesis, nos dice en su poema “El árbol de la vida”:
En el fondo de mi noche hay una luz.
Me despojo de las cosas que no me pertenecen,
recojo el polvo, las hojas secas y la nada,
y con furor abro la ventana del silencio.
Allá queda la materia inservible.
La vertebración entre lo místico y religioso, entre hablar de Dios y acerca de Dios, del Creador de y en la naturaleza, se muestra en su texto “El río”:
La paz del camino en el peligro mora,
como rama de árbol acosado por hachas y martillos.
Sólo hay un camino que nos salve.
Esta unidad entre misticismo y religiosidad pura que se detecta en el libro de Mamani Macedo se observa también en su ascendencia literaria y poética. Así, al igual que el ya citado poeta madrileño autor de Poemas puros, Dámaso Alonso, para Porfirio Mamani Dios es una presencia invisible que se resiste a la indagación terrena del hombre, en este caso, el poeta que le escribe.
Dios está presente sin ser visto. Oído sin poder ser tocado. Siguiendo a Alonso en su búsqueda de la luz para su camino, la búsqueda sin término como título Karl Popper a su biografía intelectual, el poeta puneño recuerda a los profetas hebreos del Antiguo Testamento, diciéndonos: y la noche se llenó de luz.
También, nos reúne en su texto con los místicos carmelitas, eclécticos, genuinamente españoles, de Ávila más precisamente: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, el cuerpo de Cristo, si nos atenemos a la bella película de Ray Lóriga, rebeldes a su tiempo, al dar a sus símbolos literarios una atemporalidad que llena y sobrecoge.
Siguiendo a Juan de Yepes Álvarez, llamado luego San Juan de la Cruz, Porfirio Mamani hace girar gran parte de su poética en enfrentar, con la luz del camino, el símbolo de la “noche oscura”, imagen que ya era usada en la literatura mística, pero a la que nuestro poeta arequipeño da una forma nueva y original. Lo vemos en su poema “La nube”, donde escribe: el frescor de un día que vendrá a sacarnos para siempre de la noche.
Esa noche de la que somos fugados gracias a Porfirio Mamani, parece sugerirle lo eterno, al borrar los límites de las cosas, y en su poética simboliza la negación perpetua del alma a lo sensible, ese vacío espiritual que nos deshumaniza.
Además, en Mamani evocamos a Diego José Abad, poeta místico mexicano, quien cantara la beldad de Dios, dado que Dios es suprema belleza. También, a Diego de Belén, aquel varón virtuoso, poeta y místico, mexicano también, del siglo XVIII, que en morir enamorado ardía y que gustaba de vigilar la belleza del ocaso desde su balcón.
El filólogo, historiador y medievalista Ramón Menéndez Pidal sostiene que sólo quien se ha sumergido en esta experiencia tiene voz para declararla. Acusa a quien no la ha vivido de apenas atisbar un pálido reflejo de la misma. Por tal causa, dicha visión es, en muchas ocasiones, desviada e incomprendida.
Pero yo creo que Porfirio Mamani ha demostrado con este libro suyo que ha sido tocado por la gracia divina, porque entiende el lenguaje del espíritu. Lo vemos, por ejemplo, en su poema “Una huella en el tiempo”, cito:
Será de sol o ceniza nuestra herencia.
Queda nuestra lágrima, huérfana o triste, de lo que haciendo vamos en los días.
Que sea una esperanza, no un tormento.
Que sea un sueño, no un abismo. Otros vendrán a regar lo que dejamos.
Lo bueno o malo, inundará otros caminos.
De este modo, el libro de Porfirio Mamani Macedo hace comunión con nosotros, con la mística y la experiencia religiosa, y nos lleva en silencio…por el sendero ya andado, como él mismo expresa en uno de sus versos, a la esencia de la religión: conocimiento y reconocimiento, intelectual y volitivo, de la existencia de un Ser sobrenatural. El poeta no recurre expresamente a Dios para darle sentido a su obra. En el caso del libro comentado, Dios es la luz, dador de vida, es el sueño, es el mañana que vendrá. Veámoslo en su poema “La luz”:
No habrá noche ni silencio en nuestros pechos,
estamos inundados de sol por el camino.
No habrá miedo ni duda en nuestro andar.
Será la luz nuestra casa y nuestro cuerpo.
Vayamos concluyendo. No hay duda, como ya señaló Dámaso Alonso, que hay situaciones sociales y espirituales que provocan verdaderos poemas religiosos, se puede entrever en este libro, de modo creciente pero translúcido como la luna que se adelanta al ocaso, un intenso amor por el Perú en la obra de Porfirio Mamani. Por ejemplo, en su poema “El sol para la casa”, donde denota el desarrollo firme e inclusivo como la tarea pendiente de los peruanos:
Ruido tras ruido construimos una casa,
un mañana que heredarán nuestras manos,
para todos aquellos que vendrán,
mañana a construir las suyas.
O, por ejemplo, en ese hermoso poema, “La herencia”, donde sintetiza nuestro ser completo, nuestra identidad desgarrada y contradictoria:
Somos el silencio que espera al viento.
Somos un canto que en silencio mora.
Somos la aurora del mañana.
Hay en nuestro pecho un sueño y una espada.
Hay en nuestros ojos una fuente de amor inagotable.
Quisiera, finalmente, elogiar a Porfirio Mamani, el poeta guerrero que pelea como un águila, según sus ascendientes, con el verso del poeta Mario Florián, que le dedico:
Oh vigor! ¡Oh potencia de la tierra!
¡Vasto fuego central. ¡Oh recios puños!
¡Oh pujanza! ¡Oh valor sostén del Anti!
¡Oh columna vertebral! Yo te conozco.
Eres hijo del sol; retoño, brazo
del padre Wiracocha.
Quiera el Dios que transcurre en La luz en el camino, que las nuevas generaciones de este todavía tan niño siglo XXI, redescubran la poesía religiosa, bellamente intemporal, como lo hace este extraordinario poeta arequipeño, parisino y universal, Porfirio Mamani, y no falten novísimos cultivadores de la misma entre nosotros.
Muchas gracias.